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El cielo dividido por las barras de hierro que formaban la puerta sempiternamente
cerrada para él.
El bosque a la izquierda se había convertido en una masa oscura.
Aquellos árboles guardaban sus sueños.
El prisionero sonrió.
En los primeros años, muy pocos, dos o tres de su llegada al castillo, influido por el
ambiente de armas que allí se respiraba, había tenido intensos sueños de guerrería
Tenía su dama; un amor secreto, imposible.
Nunca llegó a determinar qué clase de amor le inspiraba.
La primera vez que la vio abrazaba a su hijo de unos dos años, él había cumplido doce y hacía años que había perdido a su madre, creyó que los sentimientos que tenía para el recuerdo de esta, se habían instalado en aque1la joven señora, pero en realidad eran muy pocos años mayor que él, unos siete u ocho años.
La inteligencia y la bondad se manifestaba de alguna manera en toda su figura, y sobre todo en sus ojos, enormes, negros, que parecían querer invadir la cara pequeña.
Más tarde su padre lo atrajo de nuevo al estudio,
Aprendió acompañándolo todos los secretos que el bosque guarda.
Especialmente en la zona maldita, donde nadie entraba, ni siquiera los hombres más valientes.
Al principio, especialmente cuando su padre lo había llevado de noche, lo mordía el miedo
Y este miedo que él consiguió vencer, fue precisamente el puente que lo llevó de sus ansias de lucha al estudio de la naturaleza y el pensamiento.
La gente lo miraba de una forma extraña, igual que a su padre, mezcla de varios sentimientos; atracción y admiración, rechazo porque hacían y sabían cosas que los otros no.
Pero, sobre todo, miedo, ese miedo que el grupo homogéneo siempre siente por el individuo extraño que no comparte sus características. ¿No tendrían algo que ver con el diablo?, pero los necesitaban.
Se sentía importante y eso generó un cierto orgullo y desdén hacia los demás.
El padre gran conocedor del alma humana, observaba a su hijo, y durante un tiempo permitió que permaneciera en aquella actitud de superioridad,
Era necesario que comprendiera la importancia del camino de vida que le estaba destinado para que el
Abandono de su deseo de otra vida, tan distinta como la de las armas, no lo hiciera sentir inferior
La frustración crea amargura, y ésta muy a menudo genera maldad y crueldad hacia los demás.
El prisionero sintió una vez más la gratitud y amor que el recuerdo de su padre le producía.
Había sabido dirigirlo para que su alma estuviera cerca de Dios
Cerró los ojos |